Poco tiempo después el Consejo General hace suya la idea creando el Centro de Información sobre Suministro de Medicamentos (Cismed), al que se ha adherido la totalidad de los colegios provinciales, con el objetivo de disponer de información real sobre el suministro de medicamentos en las farmacias españolas.
El funcionamiento de ambos sistemas («Cuarto Almacén» y Cismed) permite detectar incluso la falta puntual o esporádica de cualquier medicamento.
A lo largo de estos años se han detectado desabastecimientos prolongados de ciertos medicamentos en las farmacias, como por ejemplo Nolotil o Dolalgial, que se han ido solucionando más o menos rápidamente, sin llegar a crear problemas sanitarios importantes a la población.
Pero lo que viene sucediendo desde hace unos meses es diferente. Las farmacias sufren el desabastecimiento de algunos medicamentos de manera generalizada y, en algunos casos, de algunas presentaciones sin alternativas terapéuticas. Según datos del «cuarto almacén» del Colegio de Sevilla, numerosas farmacias de la provincia han comunicado desabastecimiento de medicamentos, que también han sido comunicados, y por lo tanto confirmados, por farmacias de más de 40 provincias españolas, según el Cismed.
En algunos casos, y siempre según datos del Cismed, los laboratorios han comunicado tal situación, por lo que el desabastecimiento tiene «carácter oficial». Pero, esa comunicación oficial no soluciona el problema y, además, se produce cuando ya se ha detectado la falta de esos mismos medicamentos en las farmacias españolas, lo que supone que ya hay farmacias y pacientes que sufren problemas de acceso a esos medicamentos.
Por tanto, me pregunto, si es suficiente con la comunicación oficial o se debe hacer algo más y diferente para solucionar el problema. Y, sobre todo, si tiene lógica lo que está sucediendo.
Hay quienes comentan, y puede que sea verdad, que las causas derivan de las políticas de contención del gasto en medicamentos aplicadas por las autoridades sanitarias, basadas exclusivamente en la disminución periódica de los precios de los mismos -algunos hasta cantidades auténticamente irrisorias e inadmisibles- lo que disminuye ostensiblemente los beneficios empresariales de la industria, a la que no le resulta rentable su fabricación. Pudiera ser.
Si esa tan simple es la causa, no debe coger a nadie por sorpresa, porque desde hace tiempo se viene reclamando la necesidad de establecer un suelo al precio mínimo de los medicamentos, que impidiera su consideración como mercancía y evitara la lucha comercial desatada entre fabricantes para hacerse con el mercado, como si de billetes de avión se tratara.
Por cierto, y ya que hablamos de aviones, les supongo enterados de la última iniciativa de una determinada línea aérea ‘low cost’, única que opera determinadas rutas, de cobrar a los pasajeros a partir de noviembre por el equipaje de mano y la prohibición de llevarlo en la cabina como hasta ahora, debiendo ser facturado y recogido en las cintas a la llegada. Hay quienes defienden a capa y espada los beneficios de la competencia para abaratar el precio de las cosas y aumentar los servicios prestados, algo que, si sucede en un principio, finaliza cuando empiezan a retirarse agentes que no pueden seguir compitiendo, quedando uno solo. Que se lo pregunten a esos pasajeros a los que la competencia ha dejado con una sola línea aérea; que se lo pregunten a los clientes de Amazon Premium, a los que les han subido la cuota de manera notoria, o a los laboratorios que compiten con otros que fabrican en países con condiciones laborales y sistemas productivos más favorables.
Me sorprende, y no llego a entender, la poca atención que el tema del desabastecimiento de medicamentos, con sus causas y sus efectos, despierta entre los medios de comunicación generalistas, en comparación con el despliegue informativo llevado a cabo con el problema del Valsartán. Imaginen que faltara una pieza de cualquier marca de automóviles, que dejara a miles de conductores sin posibilidad de poder utilizar sus coches para irse de vacaciones, por ejemplo. Estoy convencido de que el tratamiento informativo sería más abundante que el que comentamos, y de que se movilizaría la opinión pública para encontrar un culpable y hasta una solución.
Lo que no me sorprende absolutamente nada es la actuación de los farmacéuticos ante el problema. Les invito a pasar por cualquier farmacia española, para que conozcan en directo y sean testigos de lo que ocurre: quejas de los pacientes; búsqueda denodada de esos medicamentos o de sus alternativas terapéuticas por parte de los farmacéuticos, con reiteradas llamadas a almacenes de distribución y a laboratorios, y con derivación a los centros de salud para una nueva prescripción médica cuando no fuera posible lo anterior; comunicación de cada desabastecimiento a su colegio provincial; etc… todo antes de dejar al paciente sin su medicación.
En resumen, y ahí puede radicar la explicación a mis dudas anteriores, el problema de salud puede ser de una gravedad extrema, pero ha sido minimizado, y paliado en parte, de nuevo, por la actuación profesional de los farmacéuticos que, no obstante, reclamamos su consideración por parte de las autoridades sanitarias, y una solución urgente, porque la solución definitiva no está en nuestras manos, aunque, como siempre, estamos a su disposición para ayudar a aplicarla dentro de nuestras posibilidades.