Asistimos atónitos a la confesión pública de un conocido tertuliano televisivo, en la que reconocía sin pudor que sus opiniones no salían de su cerebro sino de sus labios porque recibía las consignas en directo sobre los temas que estaban siendo sometidos a debate. Iluso de mí, pensaba que cuando consultaba la tablet, el ordenador, el móvil u otros sistemas de comunicación actuales, se ilustraba vía internet o consultaba la consabida chuleta elaborada con anterioridad. ¡Cómo íbamos  a imaginar que la defensa numantina de las ideas peregrinas que justificaba ante el micrófono estaba siendo transmitida desde despachos alejados del plató, para que lo atacable o lo defendible en cada momento fuera realmente lo que convenía atacar o defender en ese preciso instante del debate y de la noche!. Qué razón tenía mi abuelo cuando nos advertía que en la vida nada ocurría por casualidad, que todo tenía un por qué y que lo único que ocurría por azar en España eran el premio del sorteo de la ONCE (los cupones, entonces)  y de la Lotería Nacional, que todo lo demás era siempre causa-efecto.
Por otra parte, nos recomiendan repetidamente desde cualquier ámbito aprender idiomas -más de uno, si es posible- cuando lo auténticamente importante para sobrevivir en este valle de lágrimas es saber el significado real de las palabras en español. Denominar “agente de proximidad” al policía local de toda la vida, “soporte vital básico” o “soporte vital avanzado” a las ambulancias más o menos sofisticadas, “presión fiscal” a los impuestos, “crecimiento negativo” a las pérdidas, “desaceleración” al retroceso,  “teatro de operaciones” al campo de batalla, “daño colateral” a la muerte de inocentes, “República Democrática Alemana” a la parte comunista del país germano o “interrupción voluntaria del embarazo” (o, dicho en idioma moderno, IVE) al aborto, entre otros, son ejemplos de la neolengua expuesta por George Orwell trasladada al siglo XXI. Incluso un simple cambio de nombre de cualquier institución o centro conlleva una re-creación del mismo, con su correspondiente inauguración oficial, su placa en lugar visible, su foto y nota de prensa, sus aplausos y su copa de vino español. Esta, que no falte.
La causa de todo ello es la politización de la vida social. Todo está politizado, y si no está politizado aún se va a politizar pronto, seguro. Como resultado obtenemos la Teoría de la Variabilidad de los Principios expuesta por Marx (“Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”, Groucho dixit), según la cual las ideas y las propuestas no son buenas o malas per se sino en función de quienes las generan y exponen, o sea, en función del autor; extendiéndose a partir de entonces por todo el orbe como una doctrina repetida como papagayos por quienes reciben las consignas en directo, entre otros. Dicen las malas lenguas, cada vez más pérfidas, que muchas veces la industria farmacéutica no presenta a registro auténticas novedades terapéuticas sino modificaciones estructurales (“la introducción de un grupo metilo, por ejemplo”, se dice) para intentar conseguir nuevas patentes y así bordear la legislación sobre genéricos. Estas ideas son la base sobre la que se sustentan otras más avanzadas que parecen culminar en las alternativas terapéuticas equivalentes. Como esa, llamémosle, Teoría del Grupo Metilo es infalible, va a misa, ya pueden publicarse concienzudos y documentados estudios sobre lo contrario, que no van a servir absolutamente para nada: “Es lo mismo, es alternativa terapéutica equivalente y, además, es más barato”. No le den más vueltas, es así. Asistí hace unas semanas en Córdoba a la última edición de los Encuentros de Parlamentarios Sanitarios organizados por el grupo Sanitaria 2000 y pude comprobar en directo, con rubor ajeno, la ausencia total de argumentos de una minoría entre los asistentes como público que, ante cualquier ponencia expuesta por algunos de los otros, aunque estuviera perfectamente documentada, con cifras, fuentes y referencias, decía sin más argumentos que las consignas recibidas: “eso es falso”. Se negaba la evidencia y se quedaban tan panchos.
La introducción de la receta electrónica en España comienza en Andalucía. Tras llevar a cabo las correspondientes pruebas piloto se demuestra que el modelo funciona, que los pacientes -tras visitar al médico- acuden con normalidad a la Farmacia que desean a retirar los medicamentos prescritos, porque lo único que ha cambiado realmente ha sido el soporte de la prescripción.  Se decide su implantación generalizada en toda la región, dispensándose y tramitándose millones de recetas prácticamente sin errores ni incidencias (99,976 por ciento de ausencia de incidencias), por lo que se toma la iniciativa de mostrarla al resto de España. ¿Qué nos dice la lógica?: que ya tenemos el modelo de receta electrónica español. ¿Qué ocurre realmente?: que tenemos un modelo de receta electrónica regional, al que, aplicando la versión informatizada de la mencionada Teoría del Grupo Metilo, se van introduciendo ligerísimos cambios con la intención de definir otros modelos regionales, cada uno el suyo. Y así hasta diecisiete modelos incompatibles de receta electrónica y de tarjetas sanitarias (“la mía tiene chip” “y la mía banda”, se debate como si fuésemos niños jugando a comparar instrumental).
¿Qué más da que los pacientes no puedan retirar su medicación en las farmacias de otras regiones?  Lo que realmente  importa es vencer al contrario político aunque sea introduciendo variables que no modifican lo sustancial, o repitiendo consignas recibidas sobre la marcha por parte de los estrategas de la comunicación. Tan de moda.
Y, claro, con debates contaminados por instrucciones teledirigidas por el pensamiento único, y sin la voluntad de admitir que la opinión de los demás pudiera ser mejor que la nuestra, lo único que vamos a conseguir es más crispación y nuevas causas de enfrentamiento, que se retroalimentan con gran facilidad, llevándonos directamente a la actual falta de entendimiento de una buena parte de la sociedad. Y, esto, en el campo sanitario, tiene pronóstico grave.